sábado, 19 de diciembre de 2009

DEL DR.TOMÀS DE MATTOS, DE LA MUESTRA EN BIBLIOTECA NACIONAL

La Escuela de Artes y Artesanías Dr. Pedro Figari

Muchas de las personalidades cumbres de nuestra historia, tanto en la política como en la cultura, han afrontado un final de amarga incertidumbre respecto de la validez de los postulados a los que han dedicado su vida y, por ende, de la perdurabilidad de sus esfuerzos en el futuro inmediato o mediato del país.

Pensemos en Artigas y Rodó, muertos en Paraguay o Italia; o en José Pedro Varela que agonizó a lo largo de 1879 mientras sus enconados adversarios, encaramados en las nuevas Cámaras, escogidas en una elección, muy al arbitrario estilo decimonónico, que sólo procuró legitimar constitucionalmente la dictadura de Latorre, presentaban y discutían un proyecto con altas probabilidades de aprobación con el que desmantelaban el fundamento legislativo de su Reforma Escolar.

Pero, hoy, sobre todo, evoquemos a otro Pedro, Pedro Figari, quien debe haberse considerado un fracasado, desde que se sintió tan poco apoyado por el gobierno, que puso fin a un breve período (1915-1917) en la Dirección de la Escuela de Artes y Oficios, que tanto había bregado por fundar, presentando renuncia a su cargo y abandonando, desde entonces, toda actividad política y refugiándose, muy poco después, en la pintura.

En Ariel, Rodó apuntaba la discordancia, sufrida en carne propia, entre una democratización de la vida política y el empecinado mantenimiento de una aristocracia cultural, donde mediocres, encaramados por una reducida red de vínculos extraculturales, ejercían una dictadura que obstaculizaba el afloramiento de un arte y un pensamiento auténticos y libérrimos.

Figari, como todo innovador, también debió sobrellevar intensamente esa misma cerril oposición, tanto en sus planteos de política cultural como, luego, en la creación pictórica, cuando se replegó a su taller, al extremo de que debió auto exiliarse primero en Buenos Aires (1921-1925) y luego en París (1925-1934).

La concepción de Figari para la educación industrial, valorada como esencial para el desarrollo económico y humano del país, se centraba en la inexorable necesidad de que los educandos no fueran formados como simples obreros sino como creadores pensantes y ciudadanos cabales.

Hay una frase de Figari que mantiene toda su actualidad: “Nosotros que no podremos ser nunca un centro productor de gran potencialidad cuantitativa debemos encarar nuestro engrandecimiento por la calidad, por la intensidad y por el prestigio de nuestros productos”.

Pero no sólo por la consecución de la calidad indispensable de sus productos, se requería la formación humanística de los aprendices de oficios manuales. La cabal percepción de un sentido de vida y la suscitación de un espíritu cívico solidario son instrumentos no sólo de la capacitación del productor sino de la felicidad individual y colectiva de los ciudadanos del país.

Para ello, es necesario una constante apelación a la creatividad. Más allá de los postulados nativistas propios de las tendencias predominantes de la época, debemos rescatar en el siguiente pensamiento de Figari, la certera reivindicación de una cultura arraigada en una identidad nacional y regional, también muy vigente en la acentuada globalización de nuestra contemporaneidad: “Nosotros debemos producir dentro de un criterio americano, esto es, de un criterio que tome nota de las peculiaridades del ambiente propio; nosotros debemos construir y decorar con un criterio autónomo, capaz de emanciparse no sólo de las sugestiones del extranjero en todo aquello que no nos convengan, sino también de comprender y magnificar nuestro ambiente natural, así como las tradiciones y reliquias americanas.

En su breve período al frente de la Escuela de Artes y Oficios, encaró una audaz reorganización docente, administrativa y productiva, poniéndola al servicio de una –prudente- enseñanza artística antiacadémica. Respetó, por supuesto, las clásicas asignaturas de las Bellas Artes: Dibujo, Pintura y Escultura, pero planteó el desarrollo de nuevos rubros de producción artesanal: cerámica, mimbrería, vitrales, tallado en madera… Modificó y liberalizó el régimen de estudios y se desveló por mejorar su estructura técnica.

Soy un convencido de que el legado de Figari hoy tiene más vigencia que nunca y que los uruguayos debemos fomentar cada vez más una educación técnico profesional que no descuide un ápice la formación humanística. Me consta que en la administración que está terminando se ha hecho mucho, en un esfuerzo mancomunado de directores, docentes y alumnos. Hay escuelas de la UTU que han alcanzado un alto nivel de reconocimiento, con obtención de importantes distinciones internacionales y asegurando a sus egresados una inmediata y satisfactoria inserción en el mercado laboral, sea con emprendimientos propios o con empleos calificados y, por ende, de buena remuneración. Arriesgo ser injusto e incurrir en alguna omisión, pero pienso esencialmente en las Escuelas de Gastronomía, Vitivinícola, Agraria, de Administración y de Construcción como en los Talleres Gráficos.

Pero hoy, quiero centrarme, por la razón que enseguida explicaré, en la Escuela de Artes y Artesanías, llamada –y no por casualidad- Dr. Pedro Figari.

Como lo quería Figari se dictan en ella cursos de Pintura Artística y Escultura, pero también de Artesanía en cuero, Cerámica, Dorado y Laqueado, Engarzado en piedras preciosas y semipreciosas, Joyería, Talla en madera, Serigrafía, Violería y Restauro.

Así han expresado sus integrantes el Objetivo general: “Realizar nuevos programas y aplicar metodologías que motiven y contengan modalidades creativas para el desarrollo de las técnicas y sus aplicaciones. Que las diferentes disciplinas se inserten como una formación global, permitiendo el crecimiento individual y colectivo, incluyendo la Educación Artística, no como una asignatura sino como un concepto liberador que apunte a cultivar a la persona en su formación integral”.

Me consta que en cada una de sus aulas se respira cotidianamente el espíritu de Figari. Porque ese objetivo no es letra muerte, sino consigna que se aplica día a día. Y lo sé porque tengo trato directo con más de un alumno de la Escuela.

Ha logrado plenamente el mayor rango al que puede acceder un centro de enseñanza: el ser una comunidad educativa. Y muy singular. A su mítica sede de la calle Durazno, concurren no sólo estudiantes de muy heterogéneos intereses, sino personas de todas las edades y las consiguientes diferencias de formación. Todas se integran, al cabo de muy poco tiempo, rebasando múltiples fronteras que, en principio, parecerían infranqueables.

Y la dinámica docente es muy atractiva, porque no posterga la práctica a una previa formación teórica que dispense fundamentos que se consideran imprescindibles, sino que estos se van adquiriendo, supongo que a la manera de un taller renacentista, alternando teoría y praxis, de modo que la primera oriente a la segunda y que ésta le dé inmediato sentido a las enseñanzas de aquella. Hay, además, un culto colectivo por la solidaridad, trátese de compartir materiales, informaciones o juicios. Se diría que en la Figari las manos piensan y sienten.

¿Por qué le he dedicado esta entusiasta –pero no exagerada- columna? Porque quienes la lean, si andan por el Cordón, no perderán para nada el tiempo asistiendo a una exposición de algunas de las producciones 2009 de todas las asignaturas impartidas en la Figari.

En la sede de la Biblioteca Nacional, hasta el 15 de diciembre, de lunes a viernes de 8:30 a 20:30 horas, el sábado de 8:00 a 17:00 y el domingo de 8:30 a 13:00, podrán comprobar con sus propios ojos qué oportunidades dispensa a la ciudadanía la Figari y explorar en sí mismos si no han dejado pendiente una asignatura que les ha causado en su formación una muesca que hasta ahora consideraban irreversible.

¡Ah! Las inscripciones para el próximo año lectivo se realizan del 21 al 30 de diciembre y del 1 al 14 de febrero. La sede de la Figari es en Durazno 1577 y el teléfono es 410 2057.

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